Un koala colgado de un árbol perfeccionista que lucha por ser lo más recto posible sin tener una regla a mano. Una mesa que los ilumina a modo de pintura renacentista. Una risa que se contagia del pelo a la madera y de la madera al pelo por un tiempo inversamente proporcional a la paciencia del árbol para con su perfecta linealidad, y un beso a escondidas como recompensa por guardar la calma.
Pasa el tiempo, se endereza el árbol y al koala se le caen las largas y duras uñas que le mantenían tan perfectamente unido a él.
Como diría Buena Masa, para construir un puente hacia días mejores, hay que empezar por los pilares.
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