La complicación de comunicarte con alguien mediante signos a través del parabrisas ultrareflectante de su coche es, únicamente, comparable a la brisa que te golpea en la sonrisa cuando sales del cine con cada uno de tus pelos cambiados de sitio.
¿Mejor o peor? Ni punto de comparación.
Aunque no hayan actuado, pido un Oscar para los cómplices, por favor.
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